viernes, 11 de marzo de 2011

La gloria pequeña (glorieta) de los Insurgentes.

Caminaba hoy por ahí, saliendo de la calle de Oaxaca buscando rumbo hacia Havre, de sur a norte, todavía consternado por la cantidad de pornografía gay que se vende sin tapujo alguno en Insurgentes cerca de una escuela, en las medianias a la glorieta de los Insurgentes.

Bajaba las escaleras hacia el metro, esas escaleras donde reporteaban hace 3-4 años el fenómeno de los punks golpeando emos, de los rockers golpeando emos, de los ñeros golpeando emos, de los ¿taqueros? golpeando emos, aquél fenómeno que hizo de los emos, una tribu urbana perseguida y odiada, nunca entendí por qué, de Monterrey hasta Chetumal.

Sangre de juego, sangre de intolerancia, "ese era el campo fértil donde a los mexicanos les dejó de importar si mataban a su hermano o su primo" se podrá describir si dentro de 35 años nos vamos a la mierda como sociedad. Una película que no tendrá un final muy entendible.

Entrando a la glorieta recordé las historias de los antiguos, esas historias que me hacen anacrónico, como si hubiera vivido una época que nunca me correspondió, esa época donde las personas mayores al platicar conmigo llegan a decirme "recuerdas aquellas...." para reflexionar que soy 30 años menor.



Así recordé y me quedé callado, mientras un "mono" estaba al lado viéndome con cara de intriga, observando el rededor de la glorieta, la orilla, lo que se le quita al pan bimbo si no conoces el hambre, pensando, cómo habrá sido aquello que me refería mi papá cuando pasábamos por acá, 10 miutos para mi, para respirar mi adolescencia.

Imaginé lo que decía mi papá cuando circundábamos por fuera en las noches que veníamos del sur. Casi pude ver esos pequeños bares de "before", teniendo motivos de guitarras rock n´roleras, peluches, fumarolas, estolas, pelucas altas, labiales naranjas, tacones altos, uñas de pies y manos pintadas de intensidad a la orilla de una fuente que en su momento tuvo que ser hermosa, y que hoy es una colección de orines y escupitajos, chamarras de piel o lana, con codos bicolores, patillas, sombreros, todos ansiosos por empezar la noche, justo en la última garra de la Zona Rosa, donde la "chaviza" bailaba sus rituales extraños ago-go en los bares que hoy son cafés internets o baños públicos, antes de que llegara el demonio, en lo que hoy ya es la estación del temido metro, esa bestia naranja de hierro que comunica y populariza, comprobando que es cierto, todo lo que toca el metro, lo destruye, lo hace social, real y humano-mexicano, esa parte humano-nacional que nos empeñamos en borrar de nuestros modos, al hablar en inglés, viajar al extranjero, tomar whisky, comer en Chilis, comprando ropa italiana, café árabe, escuchando música inglesa. Algo debe de estar mal cuando un japonés y un mexicano visten idénticos y se suben al mismo coche para comer en el mismo lugar, beben lo mismo y mueren de una sobredosis de la misma droga, todo en sus paises de origen. El metro, ese hermoso animal que un día será el subway.

Me acordé de mi prepa, de la última vez que estuve ahí, me dio la nostalgia normal cuando chocas de golpe e imprevisto con algo que te marcó, ahi me asaltaron una vez, ahí besé a alguna (no te delates) alguna vez, ahi me quedé de ver con tantas personas alguna vez, y 10 años que no me metía ahí, ni tan solo una vez. La casa comunal de un capitalino al menos una de ellas, de un suburbiano dirían los ingleses, la vuelta a la vida, a la pequeña gloria, a la glorieta.

Ahi sigue, no en las Lomas ni en Polanco, el corazón de la capital y la psiquie del miedo de su sangre, nosotros los capitalinos, ahí perdura y trascienden al tiempo la esquina de los mariguanos, la laja de los raperos, los mismos emos, un mara pidiendo un poco de ayuda y luego buscando la manea de culear a quien le acaba de ayudar, muchos indigentes de los felices y de los perdidos, de los agraviados, una melé de carteristas, paqueros, cadeneros, gatilleros, retinteros, chineros, contando los botines justo al lado de policías gordos tomando fanta y riendo con dientes de metal, puestos de tacos sumergidos en grasa, estudios improvisados de fotografía, baños con agujeros de la gloria, negros, gays, machines, achicopaladores, barrios, estudiantes de secundaria y sus uniformes de lagartijos o cucarachos, mamás con tacones, los fresas espantados que voltean a todos lados, los que aún usan walkman, los bailadores de break, los que oyen reegae, y los que como yo, fuimos de una tribu, que nunca fue lo suficientemente importante como para tener una ideología que nos identificara. Los perros analistas.

Ahí están todos los parias, parece que son los mismos pero con diferentes caras, si ya no se oyen las mismas palabras si se oyen los mismos tonos, algún mismo acento, es un respiro después de lo que atormentaba hace unas semanas, el por fin ya encontrarme con lo que extraño, pocas personas saben que yo bajo al inframundo y no huyo, sólo a ver y respirar, siempre seré o grunchero, o fresa, o sateluco, o niño malo con cara de bueno, pero como ellos no se han ido yo aún me supe mover, porque el temor es lo que no puedes mostrar, porque un capitalino orgulloso, debe de saberse manejar, en la pequeña gloria de un insurgente, aunque sea de ida y vuelta, trajeado como no debería, buscando las venas de Avenida Chapultepec, en la impresionante calle de Havre, ahí donde radica, la Embajda de Veracruz encalavda en la hermosa Ciudad de Tenochtitlan.

Larga vida al Atlas de Guadalajara esta semana.
La recomendación de esta semana: So young, de los Stone Roses.
Gracias a mis lectores por sus comentarios jeje.

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